Para curar una herida primero hay que animarse a sentir el dolor de reconocerla, luego aceptarla, y así acompañar el proceso de curación , respetando sus tiempos.
En la infancia somos vulnerables, seres necesitados de cuidado y protección. Las heridas son una parte inexorable del crecimiento porque no hay adultos perfectos. Por las calles de la vida van caminando muchas infancias difíciles vestidas de adultos con sus trajes de supervivencia.
El abandono, la traición, la injusticia, la humillación y el rechazo son las heridas primarias que pueden esconderse detrás de nuestras máscaras de seres adultos. Las escondemos por miedo y luego con el paso de los años nos olvidamos que siguen ahi sangrando. Porque mostrar la herida puede implicar asumir demasiado dolor y riesgo.
Las heridas son las semillas de las máscaras que nos ponemos para mostrarnos seres "siempre listos" para seguir adelante.
Con el tiempo, esa máscara se convierte en nuestra identidad, nos olvidamos que alguna vez nos la pusimos, y además, como nos da resultado no tiene sentido quitarla.
Pero la máscara tiene un tiempo de vida útil y empieza a fragmentarse y a caerse de a pedacitos o tal vez toda de golpe.
Me pregunto...
Pueden las heridas ser esa semilla que nos conduce a nuestro propósito?
Puede ser que la herida que duele sea la herida que da sentido a nuestra existencia?
Cuál es el sentido del dolor, si no es mostrarnos contundentemente que cuando duele estamos vivos?
Las heridas duelen cuando estamos despiertos, cuando estamos conscientes...
Con el paso del tiempo, la máscara se va resquebrajando; entonces podemos elegir reconstruirla o quitarla. Duele, siempre duele, debajo está la herida abierta esperando para ser amorosamente sanada.
Cuando descubrí mis queridas heridas, lloré mucho sintiendo el tiempo que las había negado...y ese llanto cristalino las curó con amor y dedicación. Asì curando mis queridas heridas, fui descubriendo que cada lágrima es un tesoro en el arte de curar heridas...y hay lugar para todas ellas...
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